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Ashitaka

Ayer vi por enésima vez La princesa Mononoke. A continuación comparto con vosotros una serie de pensamientos de una forma más o menos ordenada sobre el rol de Ashitaka.

La princesa Mononoke me parece una película brillante. La disfruto en cada visionado —y la llevo viendo desde hace 25 años—, sin importar los libros y entrevistas que lea sobre ella. Ayer me fijé de forma casual en el papel de Ashitaka en toda la historia y de forma espontánea lo asocié con la situación actual que sucede en gran parte del mundo.

Ashitaka es el príncipe de la aldea de los emishi que derrota a un jabalí maldito el cual, antes de morir, la traspasa esa maldición. Según las normas de su aldea debe abandonarles y no volver nunca. Ashitaka lo hace sin rechistar y, en lugar de esconderse y lamerse las heridas hasta que le llegue su hora, decide afrontar su destino y dirigirse al oeste en busca de una respuesta —y por qué no una solución— a su maldición.

Cuando llega al oeste se encuentra con una situación conflictiva: humanos matando a humanos, humanos destrozando el bosque, humanos luchando contra animales, animales en desacuerdo con otros animales. Todos están enfadados y ninguno quiere escuchar al otro. Y mientras tanto la naturaleza sufriendo las consecuencias. Ashitaka, en lugar de contagiarse de esas situaciones, tomar partido por un bando y luchar, decide escuchar con ecuanimidad, sin rencor ni odio. Hace lo que cree que es correcto sin importar si es un humano, un animal o un dios. Incluso cuando encuentra a la persona que, indirectamente, provocó su maldición y directamente ha provocado el conflicto con los animales, intenta comprender sus motivaciones. Y aunque a lo largo de la película queda claro que Ashitaka se decanta en favor del respeto a la naturaleza y a los animales que viven en ella, nunca deja de hacer lo que cree que es correcto. Eso le granjea alguna simpatía pero pocas amistades.

A lo largo de la película le intentan robar, le disparan, le atacan y le muerden, pero él sigue empeñado en buscar una solución para todos, dialogar y colaborar con quien sea siempre y cuando eso no vaya contra sus principios.

Al final de la película, San le declara su amor (más o menos) pero prefiere seguir viviendo en los bosques; Lady Eboshi quiere hablar con él porque, tras el final de la historia quiere reconstruir su ciudad con un enfoque distinto; incluso Jiko Bou confiesa que Ashitaka se ha salido con la suya. Las ideas de Ashitaka no era tan malas al fin y al cabo.

Es cierto que el estoicismo del que hace gala Ashitaka es extraordinario. Cualquiera de nosotros no hubiera aguantado ni la mitad de lo que aguantó él, nos hubiéramos decantado por un bando y hubiéramos repartido estopa sin compasión.

Esta situación, más o menos, me recuerda a lo que de un tiempo a esta parte se está viviendo en muchos países del mundo. Todos tienen una opinión, que es la buena, y tratan de imponer al resto que no tiene la misma opinión que él, la mala. Hablando en la jerga actual, a lo largo de la película Ashitaka fue cancelado en varias ocasiones. Nadie quería oír lo que tenía que contar el otro; nadie quería tener nada que ver con alguien que, en algún momento, ayudaba al rival (aunque anteriormente le hubieran ayudado a él). Todos creían tener la razón pero ninguno se atrevió a preguntarse si el otro podría tener algo de razón o en buscar un punto de entendimiento. A lo largo de la película, Ashitaka era el vínculo entre todos los grupos y ningún quiso apostar por él, mientras que él apostaba en mayor o menor medida por todos.

A pesar de eso, el protagonista fue un tibio. Cuando veía una actitud contraria a sus principios actuaba con vehemencia, incluso hasta llegar al enfado. Son algunos de los momentos en los que aparece la maldición a través de su brazo. Son esos momentos en los que con sus arco y sus flechas desmembra cuerpos, o arranca troncos con las manos para evitar una pelea o intenta rescatar a un lobo en territorio enemigo.

No sé qué situación sociopolítica se vivía en Japón durante la producción de La princesa Mononoke, pero 25 años después esta película refleja (en mi opinión) estas luchas sociopolíticas que vemos día sí día también que para lo único que sirven es para sacar a relucir nuestras diferencias y esconder nuestras coincidencias. Vivimos en un mundo hiperconectado que cada día nos separa más. Vivimos en una sociedad que, por lo general, trata de reprimir la diversidad de ideas y de pensamientos y la posibilidad de poder compartirlos libremente para enriquecernos, ya sea asumiendo algunas o todas las ideas de los demás o bien rechazándolas si no nos convencen. Y eso es tristísimo.

Tal vez convendría que todos tuviéramos una actitud frente a la vida más parecida a la de Ashitaka.

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